SECUENCIA PARA TITULOS DE CREDITO (aparecen en sobreimpresión)
A. El escenario era la parte antigua de una ciudad patrimonio de la humanidad
0. SECUENCIA PARA TITULOS DE CREDITO (aparecen en sobreimpresión)
A. El escenario era la parte antigua de una ciudad patrimonio de la humanidad, calles empedradas y estrechas, pórticos, iglesias, conventos con torno y palacios timbrados con escudos, torres colmadas por nidos de cigüeñas y plazoletas.
Se trataba de la tarde del jueves santo y una muchedumbre esperaba expectante la salida del paso por la puerta gótica de la iglesia que presidía la plaza, los callejones que venían a desembocar en ella también estaban atestados de gente, devotos y curiosos, residentes y turistas, grupos y parejas, adultos y niños en primera fila o a hombros de sus padres, todos mantenían un respetuoso silencio. De fondo solo escuchamos la música de la banda.
(acaban títulos)(la secuencia acaba en un callejón)
B. CALLEJÓN QUE DA A LA PLAZA
En uno de los callejones que flanqueaban la iglesia esperaba JAVIER con su hija BELEN en los hombros. JAVIER tiene unos cuarenta años, es alto, pelo negro y corto con canas incipientes en las patillas, complexión normal, mantiene la línea, aparenta ser más joven y parece feliz aguantando a su hija sobre sus hombros. BELEN tenía una trompeta de plástico, el tambor lo rompió el miércoles santo, un par de horas después de que su padre se lo comprase. Es una niña de cinco años, pelo rubio y cara de traviesa.
A un lado del callejón las ventanas de un palacete restaurado, del otro, una tapia alta y cubierta de hiedra que guarda el jardín de otro palacete convertido en restaurante.
(la niña mira al cielo)
Golondrinas daban pasadas veloces una y otra vez mientras piaban y cigüeñas majestuosas iban y venían de sus nidos. La tarde parecía que empezaba a despejarse, las nubes dejaban paso al cielo azul
Un pavo real sube al muro y se pasea por él.
Cesa la música, el pavo despliega sus galas y empieza a chillar rompiendo el silencio.
-Glugluglu, glugluglu glu glu.
BELEN se ríe a carcajadas y después toca la trompeta, todos alrededor le mandan callar enfadados y JAVIER le defiende.
JAVIER: (señalando al pavo)
¿Por qué no le mandáis callar a él?
Todos se vuelven a mirar el paso pero JAVIER se gira al escuchar unas risas, son ELENA y su hijo LUIS.
El niño señala a BELEN y se retuerce de la risa, ELENA tampoco puede contener la risa, trata de hacerlo cuando cruza la mirada con JAVIER pero su hijo la contagia y termina por cogerlo de la mano y llevárselo del callejón. JAVIER y BELEN se vuelven a mirar el paso,
(primer plano de JAVIER)
De fondo se oyen aún las risas durante unos segundos hasta que la banda vuelve a tocar. JAVIER sonríe.
La banda toca una pieza clásica y triste. ? Que se queda sonando de fondo. Funde en negro.
NUNCA VI UNOS OJOS TAN BONITOS EN UNA SONRISA TAN TRISTE
LO ENCONTRE EN OTRA BLOG Y ME GUSTÓ.
AHORA NO RECUERDO DONDE.
<i>NUNCA VI TAN BONITOS EN UNA SONRISA TAN TRISTEUNOS OJOS
LO ENCONTRE EN OTRA BLOG Y ME GUSTÓ.
AHORA NO RECUERDO DONDE.
Estaba borracha, claro, aunque eso ya había dejado de ser una novedad para todos los que estábamos apoyados en la barra. La vieja meretriz llevaba ya muchos años dando vueltas a la misma ruleta cargada con balas de vodka y naranja. Era una simple cuestión de tiempo que encontrase la que finalmente la mataría.
Mi barrio se esta desmoronando. Eso es algo que se nota en sus calles sucias y desiertas, en las casas mal cuidadas, en el olor a orines y verdura de los portales, y sobre todo, en nosotros, los viejos fracasados y los jóvenes derrotados que vivimos aquí, y que cada mañana nos despertamos con la esperanza de ver el tiempo detenido.
Ella también se esta hundiendo como un viejo barco, que en vez de morir en su plenitud, en alta mar y con la orquesta sonando hasta el final, lo hace renqueando, olvidado y camino del desguace. Perdió la inocencia en camas ajenas, a una edad en la que sus amigas se preguntaban que eran esos incómodos bultos del pecho que comenzaban a asomar.
Vivió tan deprisa que apenas si tuvo tiempo de parase dos veces en el mismo sitio. El mundo era un lugar inmenso, y ella quería recorrerlo entero. Sólo tenía miedo de una cosa, pasar de los treinta y cinco años.
Al final, a la pálida no le dio por darle el gusto, y ella tuvo que envejecer con el barrio. Al principio las cosas iban bien, era limpia, discreta e incluso parecía disfrutar con lo que hacía. Pero pronto llegaron desde países impronunciables jovencitas descaradas que se atrevían a llamarse profesionales del amor, cuando en realidad no saben nada de lo que están haciendo.
- Porque, a ver, a ti cuantas veces te han chupado la polla como Dios manda -. Me dice mientras me pasa la mano por la cabeza con gesto maternal.
- No sabía que Dios mandaba hacer esas cosas. Quizás tenga que volver al redil -. Digo mientras levanto la cabeza por encima de mi bocadillo de calamares, y miro al camarero que me responde con una sonrisa cómplice que me dice que si, que las últimas copas que han desfilado por la barra apenas llevan alcohol. No son más que pólvora mojada.
Ella se queda entonces mirando el vaso, leyendo quizás trozos de su pasado entre los hielos. Es entonces cuando el alcohol deja paso al dolor, y las lágrimas que prometió no derramar comienzan a resbalar por su rostro destrozado. Aún recuerdo el día que la adoptamos, o ella nos adoptó a nosotros. Acababa de romper con el último de una larga lista de novios, y posiblemente ella ya intuía que era su último cartucho. Ese día comenzó a beber como si fuese el fin del mundo, y no dejo de hacerlo mientras tuvo pulso para sujetar una copa.
A veces me pregunto si hicimos bien en engañarla, en no dejarla beber hasta morir. Si lo hicimos por altruismo, o por no vernos reflejados en su desgracia. Ahora eso ya no tiene importancia. Sólo importa que ya tenga lo que buscaba. Ha sido un bonito entierro, al final conseguimos juntar el dinero y traerla aquí, lejos del barrio del que siempre intentó huir. Ella estaría feliz, estamos casi todos. Desde los viejos que un día fueron jóvenes, y que descubrieron entre sus piernas que el amor y el sexo poco, o nada tenían que ver. Hasta sus mujeres de ojos cansados, que algún lejano día juraron odiarla. Estamos todos, unidos por la muerte ya no sentimos odio, sólo el vértigo de asomarnos al vacío incomprensible.
Al levantar la cabeza le veo, es el camarero del bar, esta magnifico, todo vestido de negro. No nos saludamos. Fuera de nuestro barrio nos sentimos como animales extraños que huyen de la luz. Es mejor bajar la cabeza, y dejar los saludos para luego.
Para cuando volvamos a caminar por las mismas calles de siempre. Al sur de la gran ciudad, donde Satanás siempre anda de fiesta.
La ciudad siempre ira contigo. Volverás a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez.
Cafavis.