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No amanecía, pero la tripulación lo simulaba como todos los días, cada 24 horas, lo mismo una y otra vez, y esto venía ocurriendo desde hace casi dos años, dos largos y aburridos años. Los que despertaban tomaban el relevo del turno anterior, al que llamaban de noche y ellos, que eran los de la mañana, asumían el control de la nave. Datos y controles rutinarios anotados en tablas y registrados por el ordenador de la nave pasaban de unos a otros como el que oye llover, tan rutinario resultaba que ni siquiera se molestaban ya en responderse, como al principio de la misión:
-Entendido ¿Lo tenemos registrado?¡Bien! Haremos que el ordenador lo compare y actualicé, te informare en el próximo relevo.
No, ahora solo hablaban de las cosas que añoraban, su familia, las largas tardes en la playa, un buen partido por la tele, unos grandes almacenes, en fin, todo lo que dejaron en la Tierra.
Viajaban muy rápido, nunca antes de esta misión, se pudo hacer. Estos nuevos motores, eran impensables hasta hace poco tiempo, los viajes a Marte emprendidos anteriormente duraban varios años, sin embargo hace ya año y medio que pasaron de largo el planeta rojo, ni siquiera tuvieron que parar a repostar o retocar algún sistema de la nueva nave, todo funcionaba como un reloj y el gasto de energía era mínimo, parecía que podrían dar la vuelta a toda la galaxia y aun les sobraría para ir a tomar un café en una de esas ciudades- estaciones que había en Marte.
Pensaron que viajar más allá de los límites conocidos por el hombre, hasta ese momento, les supondría correr una aventura tras otra, mundos nuevos, planetas misteriosos con seres vivos inimaginables. Nada de eso les sucedía, poco a poco fueron perdiendo la ilusión, la mayoría pensaba que lo más sensato sería regresar, nada se les había perdido tan lejos de casa. Los planetas del sistema solar les parecieron poco interesantes y los despreciaron para ir en busca de otros más lejanos y desconocidos, pero los que encontraron a su paso, además de escasos en número, lo eran también en interés, tanto científico como económico, solo resultaron enormes rocas redondeadas.
El comandante de la nave y responsable de todo el proyecto era el almirante Paco, siempre le había gustado navegar, allá en la tierra tenía un barco con el que solía ir a pescar cada vez que tenía tiempo libre. Ahora la nave que tripulaba era de mayor envergadura y la navegación era, aparentemente, más compleja pero mucho más aburrida, sólo gracias al ordenador central podrían desplazarse sin error por la galaxia. Es sus ratos libres se dedicaba a pintar y dibujar, empezó pintando estrellas y nebulosa pero poco a poco fue regresando a sus temas de siempre. Quizá por la añoranza, ahora volvía a pintar paisajes, casa de campo, olivos y dibujar cabezas de perros.
El segundo de a bordo era un hombre misterioso del que poco, a excepción del comandante Paco, sabían de él. Nadie sabía su verdadero nombre pero siempre respondía al nombre de Munch. Lucía un tatuaje en su pecho de la figura de "El grito" y se rumoreaba que uno de sus mayores posesiones era una lámina de este cuadro, desaparecido desde hacía casi un siglo ya, cuando fue robado del museo que lo alojaba.
Munch era un hombre frío, capaz de dar miedo solo con su mirada, poco hablador pero si muy eficaz con sus inteligentes palabras y fiel amigo del comandante Paco, que alguna vez había comentado que le había salvado la vida en alguna ocasión, cuando participaron juntos en la conquista de Marte. Allí fue donde ambos adquirieron prestigio y fortuna y aquellas hazañas fueron las que les permitieron embarcarse en la aventura estelar que habían comenzado a bordo de la veloz y segura nave Babilonia.
Los dos viejos amigos añoraban los viejos tiempos, llenos de aventuras, camaradería y grandes proyectos. Ahora todo era más monótono y aburrido, los viajes interestelares estaban tan programados y las naves tan automatizadas que parecían simuladores.
El resto de la tripulación eran novatos recién salidos de la universidad o de las academias espaciales.
Uno de ellos era un joven taciturno que apenas hablaba con nadie. Durante el día, o por lo menos lo que ellos llamaban día, se dedicaba a hacer su trabajo y sus horas de ocio las pasaba leyendo libros muy antiguos. Libros escritos por personas que nadie recordaba ya. Tenían unos títulos muy extraños como El único y su propiedad, Dios y el Estado o La conquista del pan y sus autores eran completamente desconocidos: Proudhon, Kropotkin, Bakunin. Si algún compañero le preguntaba sobre ellos contestaba que los prestaría gustoso en cuanto él los acabase de estudiar.
- ¡Pero como! ¿Estudias los libros?- respondían.
- Merece la pena, ya veras cuando los leas-
Por supuesto los soldados profesionales recién salidos de las academias no conocían esos libros raros, ellos tan solo entendían de armas, lucha cuerpo a cuerpo y estrategia de ataque con o sin gravedad.
De todas formas a Osko no era la primera vez que algo así le pasaba, ni siquiera sus compañeros de universidad, astrofísicos, biólogos y expertos en robótica conocían estos libros tan sesudos.
Al frente de la delegación científica se encontraba una bella bióloga experta en vida extraterrestre llamada Fiona. Ella era la más interesada en descubrir nuevos planetas, realmente era la única oportunidad que tenía para demostrar tantas y tantas teorías desarrolladas en base a muestras o restos encontrados en asteroides y comentas. Nunca tuvo entre manos un ser extraterrestre vivo.
Osko, que conocía su deseo, siempre le decía al cruzársela por la nave:
-¿Fiona, te apetece conocer a un extraterrestre calvo? Y Fiona le contestaba:
-O, no lo siento, pero no me he traído el microscopio.
Fiona era una chica de un físico extraño que iba siempre enfundada en horribles trajes espaciales diseñados por la multinacional Agatha Borsache. Sus esfuerzos por seguir las tradiciones antiguas por intentar parecer una humana bus-sexual, su rostro exótico que le otorgaba un cierto atractivo, apagado frecuentemente por sus repentinos cambios de humor, su exigente carácter profesional que erizaba a cualquier subordinado suyo, su mirada altiva y poderosa y su piel ligeramente albina que según decían los más osados, podía enverdecerse ligeramente cuando estaban más cerca de cualquier luna planetaria no impedían que cada vez que el compañero Osko (como así le gustaba que le llamasen) se cruzaba con ella, una ligera sonrisa surgía de sus labios para contestar ingeniosamente los provocativos y pícaros ataques verbales que este joven estudiante de pelo verde encrespado le dedicaba.
Targa era el experto en robótica de la misión, en la nave Babilonia viajaban varios ingenios robóticos de última generación, desde los más simples que se ocupaban rutinariamente de la limpieza y mantenimiento de la nave hasta el más sofisticado al que llamaban Exorobot .
Se trataba de un exoesqueleto robotizado que pensaban utilizar en exploraciones planetarias en las que fuese necesario soportar una enorme presión gravitatoria.
Targa se encargaba de su mantenimiento y al ser un tipo tan callado y solitario levantaba recelos entre la tripulación, muchos pensaban, recordando lo acontecido en Alíen, que él mismo podría ser un robot muy perfeccionado.
Pues paso que un buen día todos dos tripulantes que estaban de guardia en el puente de mando, se pusieron a respirar muy muy deprisa, de tal forma que los cristales de la nave "Babelia" se empañaron y no pudieron ver un meteorito gigantesco que venia hacia ellos, se lo comieron y "chimpun" terminó la misión.
La computadora central indicó que probablemente los tripulantes estuvieron fornicando
Cuando Munch abrió los ojos estaba desorientado. Solo recordaba una enorme sacudida que llevó al caos.
Consiguió levantarse. Parecía que estaba entero y aunque le dolía todo el cuerpo no sangraba ni tenía nada roto. Rápidamente echó un vistazo a lo que le rodeaba. Trozos de nave esparcidos por todos los lugares, algunos compañeros muertos que poblaban la ladera verdosa donde se encontraban. Poco a poco fue caminando comprobando si había algún superviviente. Nadie parecía estar vivo aunque faltaban los cuerpos de muchos de sus compañeros.
Era momento de sentarse a pensar que iba a hacer ahora. Ojalá encontrase a Paco, Osko o a Fiona vivos...
-Sigue estando muy escondida, necesita espacio, un tema aparte y dedicado para poder desarrollarse-
Esto era lo que atormentaba a Paco mientras trataba de controlar el módulo de salvamento en el que viajaba Osko, Fiona y él. Los demás compañeros y el resto de la nave fueron enviados contra un planeta cercano de un verde intensísimo. Todo se había desarrollado como una partida de billar clásico, Babilonia impacto con el meteorito y cogiendo un efecto muy bacilón se fue derechita contra el planeta verde.
Paco sabía que ellos serían, probablemente, los únicos suervivientes, fueron los únicos que consiguieron entrar en una cápsula de salvamento.
A medida que se acercaban y podían ver la superficie del curioso planeta.
-¡No puede ser! Gritó Fiona
- Es un brócoli pero sin tallo, una inmensa col de Bruselas, las odio!
Y Paco sentenció:
-Bueno, creo que hemos llegado al planeta, Brocco.
Parecía un cuerpo celeste diferente a los demás. Al bajar de la nave lo vieron claro. El terreno era de un verde clorofílico impactante para sus retinas, acostumbradas a la luz blanca de la cápsula espacial. A Fiona se le vino a la mente el cambio de la comida "tradicional" -que alegría esas cápsulas de coliflor, no se imaginaba la nave oliendo a pedo toda la misión- por la cocinada por ellos mismos en el Office. "Vaya vuelta atrás". Pensó en su día Fiona. "¿Qué será lo próximo? ¿Volver a escribir a mano?". Pero los estudiosos que diseñaron la misión tenían sus motivos.
Munch deambulo varios metros a la redonda buscando supervivientes primero y después, al perder la esperanza de encontrarlos, se dedicó a recoger restos del cargamento para hacer un campamento de supervivencia, con un poco de suerte alguien vendría a buscarlo, un veterano como él nunca se daba por vencido facilmente.
Al cabo de unas horas, agotado, vino a darse cuenta de que podía respirar sin dificultad, la emoción y su consiguiente subida de adrenalina no le había permitido darse cuenta de su situación.
-Cojonudo, puedo respirar y llevo dos horas recogiendo balas de oxigeno.
Se dejo caer al lado de un montón de chatarra y cerró los ojos, a los pocos segundos dormía profundamente pero un extraño movimiento lo despertó, la chatarra se movía, de un salto se alejó unos metros y tensó los músculos esperando un ataque no se sabe de quien o de que.
De entre la chatarra apareció Targa embutido en su exorobot.
-Coño, Munch ¿Se puede saber que ha pasado? Estaba probando mi traje y de pronto todo pareció irse al carajo, he sobrevivido gracias a él, pero ¿ y tú? ¿Como has logrado llegar entero a este planeta?.
-Creo que me ha salvado la cabina del retrete, estaba cagando y ni siquiera me ha dado tiempo a tirar de la cadena.
Targa y Munch acabaron de recoger todo lo que podían re-utilizar y se dispusieron a buscar un lugar donde poder construir el campamento para pasar la noche (si es que allí donde estaban había noche).
Inspeccionaron la zona, más allá de donde había colisionado Babilonia (cuanto echaría de menos Munch esa maravillosa nave) y se adentraron en una especie de bosque bastante extraño por la flora que allí habitaba.
De repente se cruzaron con un animal pequeño, de color lila, con ojos saltones y una cola larguísima. Al ver a los dos terrícolas huyó rápidamente caminando con sus dos patas y escondiendose en un agujero que parecía su madrigera:
Bien- dijo Targa. Parece comestible.
Dejaremos la caza para cuando estemos instalados, compañero, de momento no sabemos si el animalito ha pensado lo mismo que tú- contestó Munch.
Al cabo de una media hora se toparon con una cueva parapetada en una especie de muralla natural rocosa. Parecía un buen lugar para refugiarse y protegerse de amenazas externas.
Nos instalaremos aquí- dijo Munch, que parecía tomar el mando de la situación al tener más rango que Targa.